Por: Arcano
Son espeluznantes los poderes evocados en este texto; el dolor, la infamia y el límite de lo soportable casi se pueden experimentar en carne viva. Es tan aterrador ver lo que le hacen a Winston que terminas cuestionando si, con los años transcurridos y el contexto político actual, no le estarán haciendo exactamente las mismas cosas al alguien ahora.
“1984” es la suma de todos los miedos, el refinamiento mismo del poder en su expresión más cruel, el control que ejerce el gran hermano sobre todo y todos, es tan cercano que incluso lo inocuo, lo azaroso y todo aquello que parece espontaneo son obras maquiavélicas del mismo.
El libro está desarrollado en tres grandes partes y un apéndice final que en cierto punto se tiene la opción de adelantar y descubrir, aunque casi nadie lo hace, una treta macabra, porque es en ese apéndice donde se localiza la única gota de esperanza para el mundo.
Julia es lo que se puede describir como una rebelde física, el capricho de conseguir las cosas a través del ego de su excelente participación dentro del partido. Pero Orwell siempre es claro que no hay belleza indolente que sobreviva a la infamia de una voluntad, como la de O’Brien.
Un ejemplo de la corrupción más mecánica del espíritu, donde ya ni los motivos del partido son válidos, sólo poder ejercer la monstruosidad al aparato gubernamental a los preceptos establecidos. De hecho, de todos los demonios de la literatura, O’Brien es, con creces, el más espantoso de todos.
Cuando la guerra es continua, ésta deja de tener finalidad y los gobiernos dedican toda su creatividad a destruir la raíz misma de la fuerza humana; su individualidad. Un pueblo que perdió el sentido de la existencia es un pueblo al que se le puede dirigir a los intereses que sean.
En “1984”, Orwell no deja cabos sueltos, comprendió con una profundidad tan nítida las cosas que supo que no sólo se debe castigar la voluntad individual, sino se debe destruir el fundamento mismo de las ideas, es decir, el lenguaje.
Se debe también destruir el fundamento de los sueños, el cual radica en la historia, la erradica para que nadie sepa que su mundo actual es una abominación. Pero como digo, en el apéndice se retoma uno de los más viejos adagios de la humanidad.
“Quien olvida su historia está obligado a repetirla”
Aunque esto en muchos casos dura más que lo alcanzable por una vida humana. Así Orwell dejó en el mundo la más oscura de todas las historias, no porque genere susto, sino por que despiertan desde muy adentro los terroríficos alcances del poder.